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lunes, 20 de septiembre de 2010

Hacia la cumbre



La primera montaña que subí fue el Cerro Otto y era muy chiquita, tendría 5 o 6 años. Me acuerdo que fui con algunos de mis primos. La mas grande mi prima tenía 7 y después le seguí yo en edad, mi otro primo de 4 años y el más chiquito tenía 3. Fuimos con mi tío, en aquel momento adolescente, y el primer día nos sentó a todos y nos dijo que ya era tarde que estaba oscureciendo y teníamos que volver. Llegamos solo hasta la mitad.
Nos sentimos desilusionados pero al otro día volvimos con todas las ganas de llegar. Me acuerdo que subía una parejita casi al mismo ritmo que nosotros, la chica de punta en blanco terminó de punta en negro toda embarrada. Tenía uno anteojos y le quedó toda la cara negra, menos la marca de los anteojos.
Fue la primera vez que tuve esa sensación en las piernas. Cuando queman y no das mas y aún queda mucho por subir. No es una sensación familiar para quienes viven en una ciudad, en edificios con ascensor.
Para mis primos de Bariloche era mas sencillo, y hasta me acuerdo que mi prima mas grande me hacía el apoyo logístico insistiéndome a que siga. El siguiente recuerdo que tengo es cuando volvimos y los grandes nos vieron rasguñados hasta la médula… mugrientos… si! Mugrientos como quien sube gateando una montaña, y después continúa arrastrándose como una serpiente. Nos metieron en agua y tantos años después me acuerdo lo que ardían los rasguños mientras la sangre y la tierra se disolvían con el agua y jabón.
No hay nada mas refrescante que darse un baño cuando uno está en verdad sucio.
Volvimos varias veces después, quizá la última fue la mejor. Estaba embarazada de dos meses, y fuimos con mi marido por otro camino que no conocía. Le mostré el casi ritual de la infancia… si vas a Bariloche hay que subir el Cerro Otto y ensuciarse. Fue divertido y agotador como recordaba.

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